Unos años después de su lanzamiento en Internet, Bitcoin se convirtió en la “solución” preferida para la pobreza en muchas publicaciones de blogs, videos de YouTube y otro contenido web. Bitcoin tiene dos características principales que le dan relevancia en el mundo actual; la primera, que es finito, por lo que no pierde valor con el tiempo sino todo lo contrario, y la segunda, que es descentralizado, es decir que no hay un gobierno ni entidad que lo controle directamente. La idea de tener un activo que no se desvaloriza y cuyo valor no depende del interés político o económico del gobierno de turno ha llevado a que algunos criptolovers digan que Bitcoin es “El dinero para la gente”, una especie de panacea tecnológica que va a salvarnos a todos de la pobreza. Sin embargo, hay tres aspectos principales que contradicen esa afirmación: el acceso a Internet, el consumo de energía y la distribución. Si Bitcoin es para las personas, no estamos hablando de todas las personas.
El acceso a Bitcoin está restringido por el acceso a Internet. Generalmente las transacciones se realizan en línea y este no es para nada un aspecto omisible, ya que alrededor del mundo el 41% de la población no tiene acceso a internet, sin mencionar que entre el resto hay personas sin alfabetización digital. Si bien esto puede cambiar en el futuro, no es una realidad ahora para casi la mitad del mundo que, en su mayoría, forma parte de la población de bajos ingresos. Este hecho señala un problema de fondo y casi que obvio: las inequidades en el sistema económico afectan el acceso de las personas a tecnologías como Bitcoin. Es decir que puedes salirte del sistema que vigila tu dinero solo si tienes ciertas condiciones materiales ya aseguradas, como el acceso a Internet.
El consumo de energía de la red Bitcoin es una preocupación general, ya que, con su máximo precio en la historia el año pasado, el consumo de energía también alcanzó su punto más alto. El consumo de energía no es un problema en sí mismo sino un indicio del impacto ambiental, el cual puede ser medido con la huella de carbono de Bitcoin: 68,26 toneladas métricas de CO2 por año, comparable a la huella de carbono de Israel. Esto me llevó a pensar en esta pregunta en un blog de Quartz: “¿Cuánto uso de energía es justificable para una industria incipiente que beneficia solo a un número relativamente pequeño de especuladores?”. Creo que esta es una pregunta que podría aplicarse a muchas otras industrias y la respuesta sería que no importa. Bitcoin está incrustado en un sistema económico que no se preocupa por limitar el consumo, sino que lo fomenta. ¿Qué hay más inequitativo que el consumo excesivo?
Un post de Glassnode afirma que la distribución de bitcoin no es tan desigual como siempre se ha pensado. Lo anterior, con base en que, según su análisis, el 23% de la oferta de BTC está en manos de inversores minoristas, los cuales son clasificados como personas que tienen hasta 50 BTC. Sí, CINCUENTA. Por supuesto, no es posible meter en la misma caja a alguien que tiene ahorrados en BTC, por dar un ejemplo, $1150 USD (el valor de 0.025 BTC, que equivale aproximadamente a 1 salario mínimo mensual en los EE. UU. y 5 en Colombia, el país de donde soy) y a alguien que tiene $2’000.000 USD (el valor de 50 BTC al precio de hoy, con los que podrías comprar 14 casas de clase alta en Colombia). Al mirar los datos detenidamente, es claro que el tema de la distribución hace inequitativo el sistema alrededor de Bitcoin: el 97% de todos los tenedores de BTC tienen como máximo el 17% de los BTC en circulación, el resto está en manos de acumuladores. Bitcoin sigue la lógica de la acumulación y allí falla como un cambiador del juego.
Entonces, ¿qué hacemos con Bitcoin?
Las criptomonedas no se van a acabar, por el contrario, probablemente estarán mediando nuestra vida diaria en un futuro cercano. Si consideramos lo que el filósofo Don Ihde postula sobre la capacidad de las tecnologías para ser adoptadas para diferentes usos y que ninguna de ellas es una sola cosa porque todas son capaces de pertenecer a múltiples contextos, podríamos pensar que la aplicación del Bitcoin requiere de considerar el entorno y que se necesita pensar en cómo y dónde se usa. Un ejemplo de la falta de lo anterior es la Ley Bitcoin definida en El Salvador. En el podcast de El hilo mencionan que “7 de cada 10 salvadoreños rechazaban el uso del Bitcoin como moneda legal y 2 de cada 10 ni siquiera sabían qué era”. Sin ser experta en política ni en filosofía de la tecnología, ¿no es esto ya un indicio de lo antidemocrático y éticamente erróneo que puede ser legalizar, y por ende obligar a usar, una criptomoneda en un país?
El problema que veo aquí es que muchos ven a Bitcoin como una solución a algo más grande que él mismo; las condiciones económicas injustas bajo las que viven la mayoría de la gente. Si bien Bitcoin ha significado ventajas económicas para algunas personas, incluyéndome a mí, eso está lejos de ser suficiente para continuar perpetuando una idea utópica en torno a él como una solución. Bitcoin, como muchas otras tecnologías, debe abordarse éticamente de forma que podamos encontrar una manera justa de vivir con él y que su funcionamiento no ahonde los problemas sociales existentes.
Analizar aspectos como el acceso a Internet, el consumo de energía y la distribución, nos permite ver las limitaciones de Bitcoin como moneda. Sin embargo, también es necesario tener un acercamiento más profundo desde una perspectiva ética y a la vez pragmática hacia lo que implica su inmersión en nuestro entorno. Que tengamos o no la capacidad de tener dicho acercamiento podría hacer la diferencia en el alcance de Bitcoin para mejorar o profundizar las brechas de pobreza.
Leave a Reply